miércoles, 25 de julio de 2012

ORACIÓN A SANTIAGO APÓSTOL (J. Leoz -2006-)


Tú que fuiste hombre de carácter y ambicioso, ayúdanos a ser fuertes en la fe y en ambicionar los bienes del cielo.

Tú, el primero en derramar la sangre por Cristo, ayúdanos con más radicalidad, a volcarnos  por el Evangelio.

Tú, predilecto del Señor, enséñanos a vivir más unidos a El.

Tu, que valientemente te acercaste hasta España, empújanos para llevar el mensaje de  salvación a todos los rincones de nuestra patria.

Tú, que en el camino hacia el corazón de los hombres, encontraste la ayuda prodigiosa de Santa María, que sea Ella, también, el pilar para fortalecer nuestra fe.

Tú, que te aventuraste a sembrar en el final de la tierra, haz que no tengamos miedo para seguir siendo portadores y anunciadores de Cristo.

Tú que dejaste caer la semilla en el surco de nuestra tierra sé nuestro patrón para desarrollar y dejar la huella de Jesús en los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Tú, que en el Campo de las Estrellas de Galicia sigues brillando con singular fuerza, ayúdanos a destellar por la fuerza de nuestras palabras por el testimonio de nuestras obras y por la grandeza de nuestra fe.

Tú, que bebiste el trago amargo del cáliz del Señor, levántanos cuando, en el afán  evangelizador, nos asolen las pruebas o pesen las cruces.

Tú, que eres punto final de un camino; conviértenos en puentes entre Dios y los hombres en estrellas que iluminen la noche oscura en senderos que lleven al encuentro con Jesús en posadas donde los corazones descansen en horizonte de un mañana mejor en palabra oportuna frente al desaliento y la desesperanza.

Y, si en los atajos inciertos y traicioneros de la vida, nos perdemos, confundimos o nos aturdimos indícanos con tu mano y, ante el Espíritu, intercede para que volvamos a la amistad con Jesucristo. 

Amén.



      Escribe:
          Padre Antonio SDB
    Parroquia Virtual del Padre Altarejos



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sábado, 7 de julio de 2012

EL BRAZO DE LA CRUZ



Calle Antonio Maura. Miércoles Santo del año 2012. Noche cerrada ya. Silencio. Nuestro Padre Jesús Nazareno, desde que salió la procesión, tiene algún problema en uno de los brazos de la Cruz.


Hay rumores. El brazo se baja. Parece que algún resorte ha saltado en las entrañas del mecanismo que lo sostiene erguido y, por eso, la Cruz queda incompleta, como un árbol huérfano de ramas tras la tormenta.


Abraham, que  estaba bajo las andas del Cristo, sale con el rostro empapado en sudor. Ágil, sube hasta la Cruz y logra, junto a otros compañeros de la cofradía, arreglar el problema.


Hoy, desgraciadamente, aquella escena cobra una excepcional fuerza simbólica, porque es metáfora de una entrega y un mensaje. La entrega inevitable de Abraham a los avatares, muchas veces crueles, de la existencia; y el mensaje preñado de vida que nos lega a quienes le conocimos y, sobre todo, a quienes le amaron profundamente (y pienso, claro está, en su familia).


Aquella Cruz que con tanta premura, y habilidad, recompuso Abraham, hoy es triste y silenciosa realidad para todos los que sienten su ausencia. La muerte es la pesada carga de la nada, el “no ser” vuelto presencia en la memoria. La muerte habla a la vida para recordarnos que todo es levedad, y quizá vacío.


Sólo la fe llena el silencio con el bullicio del amor. Abraham amaba a Dios, su familia ama a Dios, sus hermanos cofrades aman el ejemplo de aquél revolucionario Jesús que, entregándose hasta el extremo, puso en nuestra vida una Cruz para recordarnos que nada es fácil; que vivir es también sufrir. He aquí el madero horizontal de la Cruz, la línea recta –cuando no sinuosa– de una vida que, a la mínima, se nos va por entre los dedos del tiempo. Pero sería insoportable ese horizontal madero sin el vertical, aquél que va del suelo al cielo para dibujar un mundo trascendente más allá de este bosque de materialidades que rodean nuestro existir. Sin fe, es cierto, la vida puede ser una condena.


Y a la fe sólo se llega por el amor. La muerte vence a las células, pero no al amor. Y la Cruz es símbolo de amor extremo, de entrega absoluta que salva. Uno sólo muere cuando deja de amar, por eso las almas que a nadie quieren van errando, solitarias, en el páramo de su indiferencia.


Abraham amó, y a él le amaron, por eso el vacío que dejó su partida queda colmado de gestos, actos y sonrisas. Aquella noche de miércoles santo, Dios eligió a Abraham para sostener la maltrecha Cruz de su Hijo. Quién sabe si en esa metáfora se halla el misterio profundo de la vida eterna.




Opina:
N.H.D. Alfonso Pinilla Garcia



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