Cuando hace unas semanas me pidieron unas notas para la revista de Semana Santa -ya había aceptado un poco a regañadientes dictar el pregón- me vi obligado a reflexionar por vez primera sobre esto de ser pregonero de Semana Santa. En esas notas anticipé algunas de las cuestiones de esta introducción.
Para no levantar más expectativas de las necesarias, decía, digo y pregono que yo no soy pregonero, ni siquiera anunciador. No creo ser original al comenzar así, pues muchos de los que tienen que pregonar la Semana Santa empiezan de este modo. Sin ir más lejos en esta misma tribuna quien me antecedió en el pregón de 2010, D. José Moreno Losada, profesor, compañero y conocido mío en la Universidad, además de sacerdote y Capellán de la Universidad, se manifestaba de igual manera. Sin embargo él hizo una brillante disertación del oficio de pregonero. Bueno, pues yo tampoco soy pregonero, si acaso hablante. Desde la tarima de las aulas, en mi oficio, hablo y mucho, desde hace ya 30 años, pero de otras cosas alejadas en principio de esto que hoy nos reúne. Y digo en principio, porque si la Semana Santa -acabaremos concluyendo que es recogimiento, amor, sufrimiento y al final regocijo y alegría- ¿quién no le podría sacar un paralelismo con el quehacer diario de cada uno de nosotros? Seguro que sí, será cuestión de hacer un sosegado análisis que dejo sobre la mesa para otro momento. Por eso, solo digo que voy a ser un hablante y expresar en alto unas vivencias, unas ideas y unos sentimientos, que espero sirvan para lo que dicen los manuales que es un pregón, “… acto de promulgación en voz alta de un asunto de interés público y con el que se inicia una celebración...”.
También decía en la revista que no creo ser buen representante de la SEMANA SANTA. En mi opinión me daría un aprobado sin más. Cuando era muy niño, aquí en el pueblo, en los actos de Semana Santa participaba activamente. En mi lenguaje, cuando me refería a los desfiles procesionales , yo decía, y bien que me lo recordaban mis padres, mis tías y sobre todo mi tío D. Pedro Gragera, que yo era de “los negros”, de “los rojos” y de “los blancos” en referencia a los tres desfiles procesionales del Miércoles, Jueves y Viernes Santo. El primer año tuve mis dudas, me parecía excesivo ir en los tres desfiles, y no se me olvidará cuando a D. Pedro (tío Pedro el cura como yo le llamaba en mi casa) le pregunté si se podía ser nazareno en tres procesiones. Con ese tono sentencioso que él utilizaba, y que muchos de vosotros recordáis, me contestó algo que, aunque en aquellos momentos no comprendiera plenamente, se me quedó grabado “Paco, con devoción se puede pertenecer a todas las que tú quieras, así que ya sabes”. Ese “así que ya sabes” eliminaba en mí cualquier tipo de duda.
Luego ya, con el paso del tiempo, cuando me fui moviendo por otros lugares por motivo de estudios o trabajo mi presencia se fue haciendo más esporádica, siendo más espectador que actor de otras muchas Semanas Santas, recuerdo con cariño muchas cosas de la Semana Santa de Sevilla, en mis años de estudiante.
Entonces, os preguntaréis, que por qué acepto de buen grado esta invitación a pregonar la Semana Santa en Montijo. Pues por esta última palabra, Montijo.
No soy pregonero, no creo ser de los mejores representantes para hablar de Semana Santa pero lo que sí soy es, montijano, de Montijo. Y lo digo de esta forma porque con esta cuestión también tengo mi anécdota particular.
Cuando empecé a salir del Pueblo, que es cuando te empiezan a preguntar de dónde eres yo decía “de Montijo”, pero lo decía con ciertas dudas. La duda era porque en mi DNI, pone nacido en Badajoz. Una vez se me ocurrió preguntar en casa por tal circunstancia, como mi padre en este tipo de cuestiones dejaba la iniciativa a mi madre, ella me empezó a dar algunas explicaciones que no entendía muy bien (las decía en voz baja…no se qué historia de matronas..) pero que acababan con una sentencia en alto que no dejaba lugar a réplica y eso sí que no se me olvida y muchas veces repito cuando me preguntan de dónde soy, “….eso del carné no tiene importancia, a los tres días ya te habían bautizado en la Iglesia del Pueblo”. Y ahí se me acabaron todas las dudas de ser o no de Montijo. Bueno, podría quedarme otra duda, pero esa ni se me ocurrió plantearla nunca, ¿cual era la Iglesia del Pueblo? porque sabía o intuía la respuesta ya que la había escuchado en otras ocasiones, “la nuestra, la de San Pedro”. Para los que nos hemos criado a pocos metros del atrio y además pasamos todos los años de la Escuela en el Colegio Padre Manjón, “el de antes”, no quedaba ninguna duda de cual era la Iglesia del Pueblo. El atrio y la parte de trasera de la Iglesia eran como el patio de mi escuela, de hecho, algunas veces se utilizaba así. Era el sitio donde me vienen muchos, la mayoría de los recuerdos y vivencias, los habituales del día a día, de algarabía, de juegos, de algunas más formales y propias del lugar, bautizos, comuniones, bodas, celebraciones litúrgicas, y otras que se celebraban cada año como la Navidad, o como esa semana en la que el silencio devoto se adueñaba de mi atrio y, salían o entraban en la Iglesia, o la rodeaban por alguno de sus laterales, todas y cada una de las procesiones, todos los desfiles de nazarenos que portaban o acompañaban a Vírgenes y Cristos. Era la Semana Santa, la Semana Santa de mi PUEBLO, LA SEMANA SANTA DE MONTIJO
Pregonar la SEMANA SANTA
Pregonar es tomar la palabra para anunciar algo, con el pregón se inicia una celebración. En un tono más profundo o poético algunos dicen que “pregón es el eco de la palabra”. Lo que no debe ofrecer dudas es que un pregón no debe ser un conjunto de palabras huecas. Aunque sea excelente en las formas, debe expresar adecuadamente lo que se anuncia y debe ser actual, pues no tiene sentido anunciar algo que ya ha ocurrido. Pero ocurre muchas veces que las palabras se convierten en corsé para quien las usa y no sirven para expresar la honda y profunda realidad que se esconde tras quien habla. Y en ese instante, sería mejor callar. Eso ocurre al anunciar, pregonar la Semana Santa, porque decidme, ¿de qué vale mi palabra, si la realidad que celebramos en la Semana Santa es la muerte de la PALABRA misma, el VERBO con mayúsculas? El mejor comentario sería, sin duda, el silencio.
Ese silencio que se nos manifiesta de muy diversas maneras en muchos pasajes bíblicos.
- “Esté todo hombre presto y fácil para oír y tardo para hablar”
(Santiago, 1.19)
- “Coloca, Señor, una guarda en mi boca, un centinela a la puerta de mis labios”. Sal 141,3
- “¡Silencio todos ante el Señor, que se levanta en su santa morada!” Zacarías, 2[17]
Sí, el silencio. Porque la Semana Santa es tiempo de oración, la Semana Santa es, ante todo, silencio. Silencio y soledad. Silencio y desnudez. Silencio y recogimiento. Silencio y reflexión. Siempre silencio. Pero silencio en positivo, no como la ausencia de sonidos agradables o ruidos enloquecedores. No. El silencio que se oye en nuestro interior, fuera del ruido y de la algarabía, alejado del grito y del estruendo. El silencio del que calla para hablar y oír interiormente.
Semana Santa. Una semana es cualquier periodo de tiempo que abarca siete días, pero, ¿y cuándo representa toda una vida y su muerte? ¡Esa semana es la SEMANA SANTA¡ Son siete días de vida y muerte, o mejor, de vida, muerte y vida. Y como representa toda una vida es además una semana de contrastes: tinieblas y luz, noches y velas o antorchas, silencio y saetas, dolor y agonía frente a júbilo y regocijo.
Son siete días que todos llevamos grabados en el corazón, porque todos tenemos archivadas en nuestra memoria sensaciones, recuerdos, olores, vivencias nostálgicas de adolescente y sentimientos de un ayer aún presente. Todo eso conforma el mosaico variopinto de la Semana Santa. En mi caso todo, ya lo he comentado, giraba en torno a ese territorio que era como de mi propiedad, el Atrio de la Iglesia, el Atrio de la Iglesia y su entorno, el lugar de las vivencias diarias, pero que se transformaba cuando llegaba una semana concreta del año, la Semana Santa. Un sitio, un entorno que une, que suelda lo que se celebra en Semana Santa con todas las vivencias del resto del año, dejando claro que es una semana especial, sí, pero que debe estirarse y vivirse todo el año.
Son siete días de santidad. Los toques de trompeta y de tambor, que rompen el silencio de la noche. La voz desgarrada que en esquina ó balcón canta saetas. El golpe seco de la vara del nazareno entre faroles, cruces y velas. El tintineo de campanillas. El runruneo, descompasado a veces, de las cadenas en los pies del anónimo penitente. El Cristo medio vivo o medio muerto entre claveles, la Virgen, la Madre en su soledad y desamparo....
Todos los años, de todas las décadas, desde hace siglos, año tras año, repetimos el rito, actualizamos el misterio. Todos los años, hay una semana santa, pero no la llamamos UNA, decimos LA SEMANA SANTA. Pero, ¿cuáles son los signos identificativos de esta celebración divina y humana, a la vez?
Sabemos que los libros de historia relatan hechos del pasado, estos a veces se representan en obras de teatro o se celebran con fiestas. La celebración es lo que liga el pasado con el presente y éste con el porvenir. La celebración afirma el poder de unos hechos sucedidos hace tiempo y significativos para el hombre. Pero no debemos olvidar que los relatos se escuchan, a las representaciones se asiste, pero en la celebración se participa. La Semana Santa, amigos y amigas, es celebración y vivencia, no espectáculo.
¿Qué se celebra o qué se vive en la Semana Santa? ¿Es una celebración sin sentido, hueca y vacía? ¿Es la rutina machacona y cansina del calendario -ahora Navidad, mañana Semana Santa y después la Virgen-? ¿Qué hay detrás de la Semana Santa?.
Una sencilla y descarnada historia, conocida por todos, creyentes y no creyentes, aunque algunos digan eso de yo no la conozco, una historia de hace más de dos mil años, con muy pocos protagonistas: Jesús, hijo de María y José, de la ciudad de Nazaret, que pregonó a lo largo y ancho de Palestina la llegada de la Buena Noticia, que es el AMOR divino y fraterno, y que se dispuso a vivir la última semana de su vida en la tierra, rodeado de discípulos y amigos. Para ello, llegó a Jerusalén a celebrar la Pascua (el paso de Yavé) entre los clamores de una multitud que lo llamaba "hijo de David" y que extendía a su paso mantos y ramas de olivo. Entretanto, en otro lugar de la ciudad santa, en los palacios de los dirigentes de Israel se decidía su muerte, el día y la forma de captura: la traición de uno de los suyos, un tal Judas Iscariote. A mitad de semana, Jesús reunió a los suyos y celebró la última comida, dejándoles en herencia su testamento “Amaos lo unos a los otros”. Por la noche, lo cogieron preso: el caminar de un sitio a otro, palacio tras palacio, un juez detrás de otro, entre burlas y mofas y lo peor, con acusaciones y juicios informales y hasta el reniego de sus amigos ("no le conozco" ¿os suena?). Al fin se le condenó a morir en una cruz, entre dos malhechores. La acusación decía "se llamó Hijo de Dios". Murió y es enterrado. Al tercer día, el sepulcro que albergó su cuerpo estaba vacío, como Él había anunciado. Resucitó.
Permitidme hacer una primera y audaz simplificación, de acercamiento al núcleo del relato: un hombre, que pasó la mayor parte de su vida en una aldea de Palestina, y que llegada la madurez se convierte en el profeta que enardece a multitudes, en el amigo que consuela a los tristes y ayuda a viudas y enfermos, en el hombre justo y entregado a los demás, que predica con el ejemplo el perdón y el amor en un reino que no es de este mundo, y que es asesinado por decirse "Hijo de Dios", a los tres días, su cuerpo resucita.
Permitidme una segunda y más atrevida simplificación, atrevida por desacralizadora: la vida -personificada en los vítores y palmas de un Domingo de Ramos o en el testamento del Amor del Jueves- muere en Viernes Santo y vence a la muerte a los tres días, en un Domingo de resucitados. Lo decía al principio: siete días de vida, muerte y vida. Amigos y amigas, lo que se celebra es el misterio de la vida, de la propia existencia: la muerte lleva a la vida y tiene sentido en ella. ¡Qué bien lo expresaron los poetas, anónimos o con nombres, en parábolas e imágenes tan de nuestra tierra(cultura)!: "Si el grano de trigo o de cebada no se entierra y muere, no da más vida". O esa forma de expresión aún más dura: "El hacha del leñador pidió al árbol su mango, y el árbol se lo dio".
La fiesta a la que os invito con este pregón, la vivencia a la que os invito en estos días, no es más que la de nuestras propias vidas, esa amalgama indescifrable de realidades, más que opuestas, solidarias: saber y sentimiento, carne y espíritu, yo y otros, recuerdo y vida, pasado y presente. La vivencia del morirnos día a día, para vivirnos siempre.
Pregonar la SEMANA SANTA de MONTIJO
Y ¿qué decir de la Semana Santa de nuestro pueblo? Sí, de la que vivimos en Montijo. Habitualmente, y esto es un error bastante generalizado, cuando se habla de una Semana Santa, se cae en eso de decir, es de tipo castellano, o, tiene tintes andaluces, o en el término medio “está a caballo de la sobriedad castellana y el sentimiento andaluz”. Entraría yo en contradicción, con lo que he dicho anteriormente si así lo hiciese. Si la Semana Santa es celebración, o sea participación, y debe reflejar nuestras propias vidas y vivencias, debo decir que la Semana Santa de Montijo es de Montijo, o más aún, pregono que la Semana Santa de Montijo es de estilo… ¡montijano¡.
Son siete días de nuestras vidas que van del gozo de un domingo -el de Ramos- a la pasión de un viernes. De la pasión de un viernes al gozo de otro domingo, el de Resurrección. Siete días que en Montijo empiezan…..
Domingo de Ramos.
Cofradía Jesús Salvador de los Hombres. La procesión de “La Borriquita”.
En mis recuerdos, la Semana Santa se asocia fundamentalmente a la noche, a las silenciosas noches, la mañana del domingo de Ramos no es de la que más recuerdos tengo, sí recuerdo que era como el día en que explotaba todo, era el día en que por fin tenía conciencia de que llegaba la Semana Santa, otra vez las procesiones. Ese rito que celebrábamos cada año. Como lo que se celebra, ese domingo, es la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, era una mañana de alegría y bullicio. Palmas y ramos de olivo que se agitan y celebran la entrada de Jesús. Algarabía infantil que bien se expresa en los versos:
Revuelo, infantil revuelo, donde se agitan las palmas como suspiros de almas, como banderas al cielo. Gozosos llevan tras sí a una humilde borriquita. Y la voz de Dios que grita: "Dejad que los niños se acerquen a Mí".
Entrada triunfal en nuestro pueblo que va de una Parroquia a la otra, señalando así que el anuncio de su llegada se lo hace a todo el pueblo.
Una vez terminada la procesión es cuando nos damos cuenta que este Domingo es algo más que algarabía, cabalga entre el gozo de un recibimiento triunfal y el dolor, sufrimiento y muerte, de la Semana que empieza….
Lunes y Martes Santo.
En Montijo, no hay procesión. Son días de oración y celebración comunitaria de penitencia. En las Iglesias, Ermitas y Conventos se ora y se medita en el misterio de una pasión que será vida.
Miércoles Santo.
Para mí, en mi memoria, este día si que representaba ya de lleno la Semana Santa, era cuando todos en la calle empezábamos a celebrar lo que es el meollo de la Semana Santa, la pasión, muerte y resurrección; era como si de niño quisiera que esto empezara cuanto antes, para que cuanto antes llegara el Domingo y otra vez la vida ganara a la muerte. La verdad se imponía al engaño. Para mí era el día de la procesión “de los negros”.
La Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora de la Piedad desde la Ermita de Jesús hace su recorrido por las calles de nuestro pueblo.
Unos días antes, nuestra Señora de la Piedad deja el Convento de las Clarisas, su morada entre Semana Santa y Semana Santa, y espera en la Ermita de Jesús, para acompañar a su hijo, a Nuestro Padre Jesús Nazareno con su cruz a cuestas ayudado por el Cirineo, en la noche del Miércoles Santo, que en procesión acompañado de nazarenos vestidos de negro, ya de negro luto, le acompañan en su pena y dolor por las calles de Montijo.
Jueves Santo.
Cofradía del Santísimo Cristo de la Agonía y María Santísima de los Dolores.
En mis recuerdos de niño esta Cofradía, la de “los rojos”, ocupa buena parte de mi memoria, salía y entraba por mi patio de juego, de la Iglesia de mi Pueblo, de mi barrio, y con una solemnidad, silencio y recogimiento, que me sobrecogían enormemente. Y me impresionaban porque unos lugares que se me hacían tan familiares, donde jugábamos a diario, esa noche cambiaban radicalmente. Luego, más mayor, fui comprendiendo que además de todo eso, es que era el Jueves Santo.
El Jueves es reconocido por todos como el día del AMOR. Un Cristo que se deja prender, todo un Dios que se deja matar…..por amor. El amor a los hombres es la fuerza motriz de la vida de Jesús: sus actos, sus palabras, sus sufrimientos, todo lo que quiso hacer y ser en esta tierra. Por amor a los hombres se hizo hombre. Por amor a los hombres nos dejó una doctrina, para que la palabra actuase año a año, siglo a siglo hasta el final de la existencia humana sobre la tierra. Por amor a los hombres vivió una vida que sirve de modelo a grandes y pequeños, a príncipes y humildes de la tierra. Por amor a los hombres, esparció beneficios, alimentó a multitudes, curó enfermos, restañó heridas y devolvió la felicidad a los tristes. Por amor a los hombres asumió en sí el dolor de la humanidad y se ofreció como víctima suprema por todos los pecados, todas las infidelidades, todos los olvidos de los hombres.
La inmensidad de ese amor se refleja en el Santísimo Cristo de la Agonía que, en la noche del Jueves crucificado pero erguido y a manos de nazarenos de negro y rojo, luto y sangre, sale y recorre, cuando el jueves se nos va, las calles montijanas y vuelve por el atrio a su morada, la Iglesia de San Pedro.
Imagen que nos transmite algo que muy bien se expresa en el soneto conocido por todos:
… ¡Tú me mueves, Señor! Muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte……
Muéveme en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.. (anónimo)
Y tras Él, su Madre, el dolor de una madre, nuestra madre, María Santísima de los Dolores, dolor y pena que muy bien expresa la saeta:
Qué pena debes tener,
Señora de los Dolores,
al que Tú le diste el ser,
el Amor de los amores,
sufre la muerte más cruel.
Viernes Santo.
Cofradía de la Vera Cruz.
Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo Yacente, Caballeros del Santo Sepulcro, Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo.
Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores. La procesión de la Soledad.
El Viernes es más que ningún día silencio. Silencio frío de la muerte injusta pero redentora.
En mis recuerdos no está la cofradía de la Vera Cruz, es la única cofradía de la Parroquia de San Gregorio, se fundó bajo la dirección del párroco en aquel momento, D. Pedro Gragera, por los años 1988-90, yo ya llevaba tiempo fuera de Montijo. En las primeras horas del Viernes, la cofradía de la Vera Cruz, llevará a su Cristo, “Santísimo Cristo de la Misericordia”, por las calles de nuestro pueblo al toque de campanilla, y con el silencio, otra vez el silencio, como principal acompañante. Dicen que formalmente es la cofradía más joven, aunque tiene raíces y antecedentes muy antiguos, no importa la antiguedad, solo puedo decir que bienvenida sea esa cadena que une y amarra juventud, austeridad y silencio, y que nos lo muestra a todos en la madrugada del Viernes.
Cuando anochece, desde la Ermita de Jesús, el Santo Entierro: en mis recuerdos la procesión de “los blancos”. Por las calles de Montijo filas de nazarenos de capiruchos blancos con María Santísima de los Dolores, en silencio, solo roto por toques fúnebres de nuestra banda de música, acompañan al Cristo Yacente.
Y ya cuando el Viernes llega a su fin, la Hermandad más antigua de nuestro pueblo, la de Nuestra Señora de los Dolores, pasea por las calles su pena y su dolor.
Es la procesión de la Soledad, la Virgen enlutada, María Santísima de los Dolores en su Soledad con San Juan y María Magdalena son acompañadas por las mujeres de la Hermandad en un recorrido silencioso por el pueblo, para así cerrar este largo Viernes de Silencio y recibir al Sábado Santo también de silencio, pero más ….. de espera callada.
Todo el Sábado Santo es espera callada… y en esa espera, en esa meditación silenciosa, en esa reflexión de todo lo que ha acontecido, se nos vienen como destellos, en hilera, una tras otra muchas de las significativas y a menudo olvidadas palabras de Cristo en la Cruz , que resumen bien todo lo que ha pasado en los últimos días: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (PERDÓN); “en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (ARREPENTIMIENTO); “mujer, he ahí a tu hijo” (AMOR); “hijo, he ahí a tu madre” (MÁS AMOR); “Padre mío, ¿por qué me has abandonado?” (INTRANQUILIDAD); “tengo sed” (DESEOS); “consumatum est” (TRANQUILIDAD); “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (INMORTALIDAD)
Y así pasa el Sábado Santo, meditando, esperando, esperando el Domingo, que, como el otro Domingo, también es una explosión de alegría, pero esta vez, ¡esta vez¡, sin ningún tipo de sombra ni oscuridad, solo luz “ ..y la luz brilló en las tinieblas…Aleluya”
Domingo de Resurrección.
Asociación Jesús Resucitado. “El Encuentro”.
Yo lo recuerdo como toda una explosión de alegría, tanta era que a los pequeños a veces nos era difícil ver “El Encuentro”, el saludo, el abrazo, del Hijo y su Madre, de la Madre y su Hijo, yo bajaba desde mi casa por la Rambla y apenas podía llegar a la plaza para verlo, solo escuchaba como lo celebraban los que sí podían verlo, los mayores o los que habían conseguido estar en primera fila. Solo alguna vez cuando los padres nos subían en sus hombros veíamos algo. Eso sí, también recuerdo que cuando esto nos ocurría, una vez que se escuchaban las palmas de celebración del Encuentro, corríamos al Atrio y ahí sí tomábamos posición (los últimos serán los primeros, me decía yo) para ver el regreso, en primera fila, de todos después del Encuentro….
El Domingo que no llamamos Santo sino DE RESURRECION, es “El día más solemne de todo el año”. No es mía esta frase, es así se refiere al Domingo de Resurrección una de nuestras parroquias, cuando anuncia los cultos de la Semana.
El Domingo de Resurrección es, pues, un día de alegría, gracias a él, toda una semana de tristeza y dolor tiene sentido; ya lo decía antes, si el grano de trigo no muere, no da más fruto...
Y cierro lo que dejé abierto al comienzo, vuelvo con lo que decía al principio, he expresado en alto recuerdos, sentimientos, no se si he sido pregonero, pero ahora toca callar y enmudecer. No es lícito que cuando la PALABRA por excelencia va a morir, otras palabras como la mía simulando ser pregonero empañen este silencio.
Silencio que solo rompo para despedirme, en la esperanza de no haber abusado de vuestra presencia, de vuestra atención y sobre todo de vuestra gran paciencia, pido disculpas por errores que pueda haber cometidos, y que más que pregón estas palabras sean una invitación a vivir la Semana Santa en toda su dimensión y significado, que bien se sintetiza en ese anónimo popular que nos dice:
"La cruz no es para que la lleves al cuello, o la cuelgues de una pared; es para que la vivas día a día."
Vivirla día a día, enterrando resentimientos, envidias y egoísmos, para dar paso, resucitando, la tolerancia, la paz, el perdón, la esperanza de vencer las dificultades que hoy tenemos, para podernos asemejar algo al que tuvo la inmensa generosidad de darlo todo por los demás, incluso la propia vida.
Feliz Semana Santa,
Feliz Pascua de Resurrección a todos.
MUCHAS GRACIAS
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