Buenas
noches a todos.
Comienzo con un saludo afectuoso a los
representantes de las Cofradías, Hermandades y Asociaciones que tanto trabajan para que la Semana Santa tenga, aquí
en Montijo, la dignidad que merece y de una manera especial, mi entrañable
saludo para Santi, Pedro, José Manuel y María José, que con su juventud y su entusiasmo me han
animado desde el primer momento.
Por supuesto mi agradecimiento a
los que me habéis proporcionado datos muy valiosos, como Paco López, y a todos
los que os habéis molestado en venir a escucharme. Espero no defraudaros ni
haceros perder vuestro tiempo.
Y sin más preámbulos, comienzo el
Pregón.
Cuando me ofrecieron ser
“pregonera” de la Semana Santa, me quedé sorprendidísima…Ni a soñar que me
hubiese echado podía imaginar que a mi edad, tan mayor, podría interesar a
nadie lo que pudiera pensar o decir sobre este acontecimiento. Pero reacciono y
me acuerdo de una noticia que me mandó mi hija Julia sobre una mujer, Rita
Leví, premio Nobel de Medicina en 1986, cuando era muy mayor, y decía que se
sentía como si tuviera veinte años. El año pasado cumplió cien y piensa seguir
en la brecha, trabajando, siendo útil…Pues yo quiero ser como esta señora,
lógicamente salvando las distancias, pues soy una simple mujer de pueblo que me
asombra figurar entre los ilustres pregoneros que ha tenido nuestra Semana
Santa.
Y pienso: si ellos lo han hecho ¿Por qué no lo
intento yo con la ayuda del Espíritu Santo? Digo esto porque es la verdad. Cuando comencé
el Pregón no sabía por dónde empezar. A mí han sido las Cofradías las que me
han invitado y no puedo negarme ante un reto de este calibre. Es un honor ser
pregonera en mi pueblo, que nunca olvidaré y siempre les estaré agradecida.
Muchísimas gracias por acordaros de mí.
Espero vuestra comprensión y perdonéis los fallos que podáis encontrar,
que procuraré que no sean muchos, pero tener la seguridad de que todo lo que os
voy a decir, sale de lo más profundo de mi corazón y no pretendo otra cosa más
que ayudaros a preparar esta Semana Santa de 2012 como si fuese la más
importante de nuestra vida puesto que en ella seguro que nos vamos a encontrar
con Cristo sufriendo nuestros olvidos e infidelidades, pero también con Cristo
resucitado que nos llenará de esperanza.
Podría comenzar recordando al antiguo
pregonero que decía: “Se hace saber…” y soltaba el pregón ante la expectación
de chicos y mayores. Pero, me surge una duda: tal como están las cosas en la
actualidad, con la crisis, el paro, los problemas de todo tipo que nos
preocupan cada día ¿ A quién le puede interesar un pregón anunciando una semana
de sufrimiento, de agonía y muerte de un condenado ocurrida hace más de 2000
años? Ahora solo interesan las noticias financieras, políticas o las que los
medios nos proporcionan como “noticias del corazón” sobre arreglos y
desarreglos amorosos de famosos o famosillos a los que seguimos con el máximo
interés. Sobre noticias de gente comprometida, gente con valores de los de
verdad, que se sacrifican por los demás, que incluso llegan a dar su vida por
otros ¡Que pocas veces escuchamos algo!
También pienso que los pregones se echaban
en las esquinas de las calles más concurridas, en las plazas, en las puertas de
los mercados, para que llegasen al mayor número de gente posible. Si lo
hiciésemos ahora así (cosa que me gustaría muchísimo pues aquí estamos los que
seguimos a Jesucristo, pero fuera están los que no le conocen, a los que
también quisiera llegar) repito, si lo hiciésemos ahora así, creo que no nos
escucharía nadie pues es tal el ruido del tráfico y demás en nuestras calles
que la mayoría no se pararían ni para enterarse de qué se trataba. ¡Quizás
algún curioso! ¡Algún despistado!
Sin embargo, estamos aquí bastantes y vamos
a anunciar unas noticias antiguas pero actuales que nos afectan a nuestras
creencias, a nuestros valores, a nuestros comportamientos, a nuestra sociedad y
en definitiva a nuestro pasado, a nuestro presente y lo más alentador y
esperanzador, a nuestro futuro.
Ser este año la
“pregonera” es como hablar de familiares, amigos o personas que me han marcado.
Hago el pregón porque es anunciar los tristes y gloriosos sucesos ocurridos a
un amigo, Jesucristo, al que sigo desde hace muchos años y del que me
considero, como se dice ahora, “fan” incondicional, comprometida con su palabra
y con sus obras. Pienso…que si vosotros estáis aquí, no es solo por escuchar lo
que pueda decir, sino porque como yo, sois seguidores de este Jesucristo que
pregono en la última semana de su vida, siendo nosotros ahora, después de tanto
tiempo, sus testigos vivos.
Los creyentes tenemos dos formas de celebrar
la Semana Santa: una, hacia dentro, queriendo interiorizar todo el
Misterio Pascual mediante celebraciones litúrgicas que se preparan con mucho
interés, y que nos ayudan a vivir de una
manera personal la muerte y resurrección del Señor. Lo que pretendemos es acompañarlo, dolernos con sus sufrimientos y
salir renovados de estas celebraciones.
La otra manera de vivir la Semana
Santa es hacia fuera, sacando a la calle todo lo que se vive en los
templos mediante las procesiones y otros actos, en los que quedan expuestos a
todo el pueblo, creyentes y no creyentes, los momentos más importantes de la
Pasión y Resurrección del Señor. Son celebraciones tradicionales,
multitudinarias, a veces fervorosas en las que el pueblo muestra mucho interés,
aunque sea solo como espectador, pero también afloran en ocasiones sentimientos
internos y vivencias que nos ayudan a ser mejores. Contemplar al Cristo
moribundo en la procesión, o a la Dolorosa, la Madre, que va detrás de su hijo
muerto, nos hace pensar muchas cosas.
Estas dos formas pormenorizadas son
las que quiero exponer comenzando por lo que vivimos, lo que sentimos en estos
días. Y surge la pregunta:
¿Qué
es la Semana Santa?
Pues ni más, ni menos que los siete días en
los que los cristianos celebramos solemnemente el Misterio Pascual. Suponen la
consumación de toda la vida de Jesús, en
la que de una manera sencilla, había ido manifestando su amor por el hombre.
Son siete días en los que el Amor triunfa sobre la muerte y por eso también la
llamamos Semana Grande, Semana del Dolor y del Amor, la del paso definitivo de Dios por la Tierra
para abrirnos la esperanza en el más allá.
Jesús Llegó a Jerusalén a celebrar la Pascua,
como era costumbre entre los judíos, acompañado de amigos y seguidores que lo
habían escuchado durante el tiempo que se dedicó a predicar el amor, la
justicia y la paz.
San Marcos (cap. 11-7)
cuenta que al entrar Jesús en Jerusalén “Muchos extendían sus mantos sobre el camino, otros cortaban
ramas de los campos y los que le precedían o le seguían, gritaban: ¡Hosanna! ¡Bendito
el que viene en el nombre del Señor! ”.
Todo era alegría, algarabía. Sin que nadie
preparase una recepción a la llegada de Jesús, el pueblo, de una manera
espontánea, lo aclamaba victorioso. Y no llegaba de una manera arrogante o
lujosa como solían hacerlo los reyes o los generales victoriosos al estilo
romano, montados sobre vistosos caballos o aclamados bajo un arco de triunfo.
No, no…Todo lo contrario. Llegaba montado sobre un humilde burrito, además
prestado, simbolizando la mansedumbre, la paz. No llevaba escoltas, ni armas.
Solo le acompañaba el griterío de la gente que lo aclamaba como el que
predicaba un orden nuevo de amor y justicia.
Entre los que lo aclamaban se encontraban bastantes niños de tal manera,
que al oír como gritaban: “Hosanna al Hijo de David”, agitando sus ramos, los sumos sacerdotes y
los escribas se indignaron y tomaron la determinación de eliminarlo.
Había una alegría especial que seguramente
sorprendió a sus discípulos, por eso el salmo 117 canta: “Este es el día que
actuó el Señor. Sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Y San Lucas (cap. 19-40)
añade: “Si los niños y el pueblo callasen, gritarían las piedras”.
Pero se acercaba la Pascua y como Jesús no
tenía casa en Jerusalén pidió a un amigo que le dejase la suya para celebrar en
ella la Cena Pascual con sus discípulos siguiendo la costumbre judía.
Ya reunidos en casa del amigo, se
quita el manto y de rodillas, sirve a los que están allí en lo más desagradable:
les lava los pies. Todo un Dios de rodillas, humillado, ante nosotros, los
hombres… Ahora, después de haber pasado tanto tiempo de este episodio, todavía
nos conmueve y nos asombra porque actualmente lo que llama la atención es todo
lo contrario: figurar ante los demás, darnos importancia, no tener ninguna
consideración ante el pobre o el que por alguna razón ha perdido el
prestigio social y ya no cuenta para nada. La actitud de Jesús es ¡Sorprendente!
¡Admirable!
Y continúa la celebración de la
Pascua. Sabía que era la última vez que iba a comer y beber con sus discípulos.
Sería una celebración memorable, irrepetible. Aquella reunión…se convirtió en
la Santa Cena, y el lugar donde se celebró, en el Cenáculo. Por esto, el Jueves
Santo, todos los templos de la Tierra en los que nos reunimos para conmemorar
esta última muestra de amor de Jesús, se convierten en la casa a la que Él
quiso ir, son las casas del Señor, los Cenáculos. En el Pan de la Última Cena, nos llenamos de
la fuerza del amor de Cristo, y lo mismo ocurre con el Vino, la sangre que se
derramó para que nosotros tuviésemos vida. Con sus palabras: “Haced esto en
memoria mía”, nos pide que sigamos comiendo del Pan y bebiendo del Vino para
que nos alimentemos de su vida. Se actualiza su muerte y su resurrección, todo
el Misterio Pascual, guardado por la Iglesia como el mejor de los regalos del
Señor.
Y preparándose para lo que iba a
suceder en los días siguientes, San Lucas (cap. 21-37) nos dice: “Salía por la
noche para pasarla en el monte de los olivos, en oración”. Jesús oraba
intensamente pues se acercaba el final de toda su labor de amor en la Tierra.
Por esta razón Judas Iscariote, la noche del prendimiento, fue directamente a
buscarlo, al monte de los olivos.
Comienza la Noche Triste que como
un largo vía crucis quiero recordar de una manera breve, desde el prendimiento de
Jesús, cuando lo único que mantiene sus fuerzas es la voluntad del Padre con el
deseo de redimir y salvar a la Humanidad. Prendido como un delincuente, es
acusado y condenado por el Sanedrín solamente porque predicaba el amor al
prójimo, porque era pobre y porque se rodeaba de gente inculta y de mala vida.
Por eso, era considerado como un peligro para el pueblo.
Además, aquella noche, fue negado
por Pedro, el discípulo más cercano a Jesús y al que miró con la decepción de
verse ignorado en boca de un amigo…Fue juzgado por Pilatos, objeto de burlas,
azotado, coronado como rey, pero con espinas que se clavaban dolorosamente en
su cabeza. Y por último, cargado con la cruz, una cruz muy grande y muy pesada:
era la carga de todas las miserias de los hombres sobre los hombros de Jesús.
¿Podría soportar semejante carga?
Y aquí aparece un hombre que volvía
del campo, Simón de Cirene al que obligaron a ayudarle porque las fuerzas
estaban al límite. Sin saberlo, Simón ayuda al mismo Dios en su terrible carga.
Pero… seguimos la Vía Dolorosa, camino del
Calvario.
Ya en la cima del monte, despojado de sus
vestiduras, fue crucificado. Había mucha gente alrededor mirando cómo se consumaba
todo, pero la que verdaderamente estaba allí, no mirando simplemente, sino
asumiendo la agonía de su hijo era María, su madre, que rota de dolor se apoya
en Juan, el discípulo amado. Ambos reciben como en testamento la entrega mutua:
que la madre no se quede sin hijo y que el hijo no se quede sin madre. ¿Hay
mayor prueba de amor que recibir a alguien como hijo?... María desde este
momento es la madre de todos los creyentes, la Madre de la Iglesia.
Llegamos al final:”Padre, a tus manos encomiendo
mi espíritu” y ahí está consumado su sacrificio. Por todo esto, la gloria de
Cristo es la cruz en la que murió. La cruz es su victoria, en ella dio la vida
para salvar a toda la Humanidad. En la cruz el dolor se transforma en esperanza,
la muerte espera la resurrección.
San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales
invita a reflexionar: “Dolor, con Cristo doloroso; quebranto, con Cristo
quebrantado; lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí”.
Y continuamos.
Como se acercaba el sábado, día sagrado para los judíos, en el que no se
podía hacer nada, José de Arimatea y algunos más, dieron sepultura al cuerpo de
Cristo de una manera precipitada pues se hacía de noche. Se imponía el
silencio. Todo lo que se pudiera decir, después de lo sucedido, sonaba a
fracaso, sonaba a vacío. Cristo, la Palabra, había sido sepultado. Todo había
concluido.
Empieza el tiempo de espera, como
cuando se siembra un campo. En este caso, es una espera corta, intensa,
expectante. Pronto, al tercer día, la vida volverá a florecer y la muerte será
vencida.
Y así, el primer día de la semana,
el primer día de la nueva era, el que desde entonces será el Día del Señor, el
Domingo, muy de madrugada “Cuando todavía estaba oscuro, era casi de noche”,
según S. Juan (cap. 20-1), las mujeres que habían estado en el Calvario y
asistieron a la sepultura de Jesús, María Magdalena, María la de Santiago y
otras, impacientes, pensando que no habían preparado convenientemente el cuerpo
de Cristo por la precipitación de enterrarlo antes del sábado, llevaron al
sepulcro aromas y ungüentos para perfumarlo. Vieron la losa removida y el
sepulcro vacío…María Magdalena lloraba sorprendida porque no sabía dónde estaba
Jesús hasta que lo reconoció en medio del huerto con ese ¡Rabonni! ¡Maestro!
Después…carreras a contar a los discípulos lo que se habían encontrado. Y más
carreras de Juan y Pedro que incrédulos querían llegar los primeros al sepulcro
para ver lo que había sucedido…Pero Él no estaba allí en el oscuro y frío
sepulcro. Cristo no estaba en la tumba porque Él está entre nosotros y nos
habla al corazón. Él está aquí y nos alimenta en cada Eucaristía con su cuerpo.
Él está aquí y quiere que llevemos ahí fuera la esperanza, la alegría y el
compromiso de dar testimonio de su resurrección.
Por todo esto, los cristianos no debemos estar tristes:
Cristo resucitó como dijo y debemos ser testigos de alegría. Por eso la Pascua
es luz, es amor, es comenzar una vida nueva. No tenemos que quedarnos solamente
con lo que sucedió entonces, sino que todos y cada uno de nosotros debemos
intentar que la Pascua, nuestra Pascua, sea la fiesta que nos lleve a la renovación
de nuestra fe, de nuestra esperanza, al amor a los demás, a la alegría de ser
cristianos, testigos vivos de su amor. A todos nos espera la resurrección.
¿Cómo vivimos todo esto aquí en
nuestro pueblo?
Otra manera de vivir la Semana
Santa.
Hacia fuera es la
dimensión popular de todo lo que os he expuesto. En esta dimensión, las Hermandades,
Asociaciones y Cofradías tienen aquí, en Montijo, un protagonismo especial pues
son sus integrantes los que con su interés y entrega han conseguido que por
nuestras calles desfilen los pasos más significativos de todo el dolor y el
amor que representan estos siete días santos.
Pero las procesiones de Semana Santa no han
tenido siempre el reconocimiento y fervor popular actual. Antiguamente eran
simplemente sacar algunas imágenes a la calle a hombros de algunos devotos y en
lo que yo recuerdo, acompañados principalmente por niños. Por ejemplo, la
procesión del Jueves Santo de cada año era una multitud de niños y niñas, en
fila unos a un lado, otras al otro, comiendo las “chucherías” de entonces que
eran garbanzos tostados, altramuces y algún que otro caramelo. Se le conocía como la “procesión
de los altramuces” quizá por la abundancia de éstos o por ser protagonistas los
más pequeños, los niños.
Todo esto empezó a cambiar en 1940.
En los primeros días de la Guerra Civil (1936-1939), un grupo de hombres
bastante conocidos del pueblo, estuvieron retenidos a la fuerza en el convento
de las Clarisas, cuando éstas fueron expulsadas de allí. Eran momentos
difíciles y convivieron esos días con lo
que se encontraron dentro de los muros del convento. Entre las imágenes estaba
la Virgen de la Piedad. Suplicaron su protección y cuando salieron de aquel encierro, contaron
a familiares y amigos la compañía y el consuelo que había supuesto para ellos
la Virgen de la Piedad. La devoción se extendió por el pueblo y un grupo de
hijos y parientes de aquellos hombres, todos muy jóvenes, entre los que se
encontraban Paco Gragera, Modesto Pinilla y Paco López, junto a algunos amigos,
decidieron pedir permiso a las monjas Clarisas, que ya habían vuelto al
convento, para sacar la Piedad a la calle el Miércoles Santo, en agradecimiento
a la libertad conseguida bajo su protección.
Entre 1940 y 1942 salieron con la Virgen, sin hábito, pero al acompañarles
Nuestro Padre Jesús Nazareno, de la ermita de Jesús, seguramente decidieron
adoptar las vestiduras negras, en señal de luto y dolor. Actualmente se les
conoce como “los Negros”.
La devoción iba en aumento y en 1942, después
de obtener el permiso del señor obispo, decidieron formalizar la “Cofradía de
Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora de la Piedad” como estación de
penitencia, de oración, de agradecimiento.
Unos años más tarde, en 1966, Antonio
Sánchez, el Granadino, junto a algunos amigos, decidieron organizar la
“Cofradía del Santísimo Cristo de la Agonía y María Santísima de los Dolores”,
conocidos popularmente ahora como “los Colorados”, antes como los “Amapolos”, comenzando
a tener la Semana Santa de aquí de Montijo, la importancia que con los años se
ha ido consolidando, en cierto modo influenciada por las Semanas Santas
andaluzas pero con un matiz más austero, más severo.
El resto de las cofradías son más recientes
pero todas, desde sus comienzos, han
puesto siempre el máximo cariño e interés para que sus Cristos o Vírgenes y por
supuesto sus procesiones, sean las más devotas, más multitudinarias e incluso
las más vistosas con los vestidos de sus imágenes, mantos y túnicas ricamente
bordados. Incluso las andas se han enriquecido y modernizado luciendo flores
simbólicas según la cofradía: malvas, el Miércoles Santo; rojas, el Jueves
Santo; blancas, el Viernes…
Y paso a enumerar brevemente lo que la
religiosidad popular contemplará en nuestras calles en este 2012.
El
Domingo de Ramos, por la mañana, se celebra la bendición de ramos y la
entrada de Jesús en Jerusalén con la Cofradía “Jesús Salvador de los Hombres”.
Este año sale de la Parroquia de S. Gregorio y al término de la procesión
continúa la Santa Misa en la Parroquia de S. Pedro. A esta procesión se le
conoce popularmente como la de “la burrita” y es una de las más multitudinarias
pues a ella acuden padres, madres y niños de todas las edades. Todos con los
ramos de olivo bendecidos, participando en el recibimiento a un Jesús humilde
pero aclamado como rey. Se decía antiguamente: “El domingo de Ramos, el que no
estrena, no tiene manos”, simbolizando lo nuevo, lo mejor para recibir a Jesús.
Era cuando se estrenaban los vestidos de verano.
Los dos días siguientes, Lunes y Martes
Santos, son días de preparación para todo lo que vendrá después. Son días de
recogimiento, de oración y celebración comunitaria de la penitencia en los
templos. Hay personas que aprovechan estos días para reconciliarse
penitencialmente de toda la andadura del año. Van a los templos solamente en
estas celebraciones y cumplen con el precepto pascual.
En las iglesias, las
Hermandades, Asociaciones y Cofradías ultiman los detalles de sus procesiones
con esmero y preparan los trajes que llevarán. Las mujeres ayudan a vestir las
imágenes especialmente las de las Vírgenes y sacan las mantillas dispuestas a
acompañar a sus Cristos o Vírgenes.
También en las casas hay más
actividad de lo normal pues se preparan las comidas de abstinencia, propias de
la Semana Santa: verduras, escabeches, bacalao, etc. sin olvidar los dulces
típicos como roscas fritas, empanadas, pestiños…
El Miércoles Santo, la “Cofradía de
Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora de la Piedad” sale por las calles
del pueblo desde la ermita de Jesús. Jesús cargado con la cruz y ayudado por
Simón Cirineo es acompañado por los hermanos con sus cruces y cirios. La preciosa imagen de la Virgen de la Piedad
acompaña a su hijo en la Vía Dolorosa. El silencio se palpa al paso de la
procesión por las calles del pueblo, únicamente roto por la música que se une a
la emoción de todos.
Y llegamos al Jueves Santo, día del Amor.
Después de la celebración de la Cena del Señor en este día en el que Jesús nos
dejó su cuerpo y sangre como el mejor regalo en la institución de la
Eucaristía, por la noche, desde la Parroquia de San Pedro sale la “Cofradía del
Santísimo Cristo de la Agonía y María Santísima
de los Dolores”. Impresiona y mucho el Cristo crucificado, en agonía, consumando el sacrificio, llevado
con paso solemne por los nazarenos de rojo, símbolo de la sangre derramada como
los claveles que sujetan el pie de su cruz…Y detrás, la Dolorosa con la
expresión de una madre que llora a su hijo injustamente tratado, a un hijo que
muere.
En la madrugada del Viernes Santo, desde
la Parroquia de San Gregorio, sale la “Cofradía de la Vera Cruz” acompañando al
Santísimo Cristo de la Misericordia en absoluto silencio solamente roto por un
agudo toque de campanilla y el golpe que marca el paso de la procesión por las
solitarias calles del pueblo. La austeridad, el recogimiento y la soledad
caracterizan esta procesión en una noche tan especial. La “Cofradía de la Vera
Cruz” es la más joven de las que existen en la actualidad siendo su fundación
en 1987.
El Viernes Santo, después de la
celebración en las parroquias y en el convento de las monjas de la Pasión del
Señor, la “Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo Yacente,
Caballeros del Santo Sepulcro, Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo”
organiza la procesión más participativa de toda la Semana Santa. Aunque los
nazarenos “Blancos” (porque así es su capuchón) son los titulares, les acompañan
una representación de las otras hermandades y cofradías, además de un gran
número de mujeres con sus mantillas. Se considera como lo que representa: el
entierro de Cristo al que mucha gente del pueblo quiere acompañar, unos como
integrantes del acto y otros como simples espectadores. Se puede decir que es
una manifestación popular de dolor, de pesar, por todo lo vivido durante la
Semana Santa.
La Virgen de los Dolores sigue la
urna con el cuerpo yacente de Jesús hacia el sepulcro. La banda de música
interpreta siempre música fúnebre.
Cuando termina el entierro, casi a
la media noche del Viernes, se celebra la procesión de la Soledad, organizada
por la “Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores”. Se recuerda la vuelta
desde el sepulcro de la Virgen, acompañada por San Juan y la Magdalena junto a
las mujeres que fueron testigos de todo lo sucedido. Llevan a la Virgen y
acompañantes hacia el templo, en silencio y con sus velas encendidas como si
velasen por la seguridad de aquella vuelta a casa desde el sepulcro sin Jesús…
El Sábado Santo es un día de
reflexión de todo lo vivido últimamente y de espera, de recogimiento.
Si “por las vísperas se conocen los
santos”, el Domingo de Resurrección se adelanta en el pueblo mediante las
Vigilias Pascuales que se celebran en las parroquias y en el convento de las Clarisas.
La Vigilia es la manifestación alegre y esperanzada de la Pascua, de la
Resurrección, pasando de las tinieblas a la luz, de la muerte, a la
resurrección y a la vida. Es una fiesta gozosa de los creyentes que como la
Magdalena adelantamos el gran acontecimiento de la Resurrección. Escuchar las
campanas en la noche de Pascua, cuando la vigilia anuncia a Cristo triunfante,
resucitado, es comprobar que se ha cumplido lo esperado…
Ya por
la mañana, es el día más importante del año porque en él se cumplió lo que se
había anunciado desde muy antiguo: “Resucitó al tercer día”, y nos abrió las
puertas a la esperanza, al goce eterno. La Pascua es luz, alegría, vida nueva. Si
vivir consiste en amar, Cristo nos da la prueba más palpable de su amor por el
hombre volviendo a la vida, quedándose con nosotros para siempre.
En el pueblo siempre se ha
celebrado la Pascua de una manera especial. Yo recuerdo haber ido a la
Parroquia de San Pedro con una jarrita a por agua bendita para después, con
romero también bendecido, ir por todos los rincones de la casa salpicando
mientras se decía: “Sal demonio de este rincón que ya resucitó Nuestro Señor”.
Las casas quedaban bendecidas hasta la Pascua siguiente con gran contento de
todos los que vivían en ellas.
Los niños celebraban la
Resurrección saliendo en pandillas con campanillos e incluso cencerros,
recorriendo las calles con gran alboroto. Todo en el pueblo era alegría puesto
que todo se había cumplido.
Pero lo que más ha perdurado ha
sido El Encuentro, organizado en la actualidad por la “Asociación Jesús
Resucitado”. Según cuentan, antiguamente era tal el interés que tenían los
mozos del pueblo por llevar al Resucitado o a la Virgen y acompañantes, que muy
temprano, el Domingo de Resurrección, se iban a la iglesia para poder elegir
las andas de las imágenes que querían llevar y como reserva, dejaban sus
pañuelos atados para que nadie se las quitase.
Actualmente también hay bastante
interés por presenciar El Encuentro. La gente con sus mejores vestidos de
primavera-verano, acude con prisa a la Plaza, como lo hicieron Pedro y Juan
deseando cuanto antes ver a Jesús, ahora, para presenciar la llegada de las imágenes.
Todos esperamos ver al Resucitado y a su
Madre, a San Juan y a la Magdalena inclinarse en entrañable saludo. La gente
rompe en aplausos no solo reconociendo si la inclinación se ha hecho mejor o
peor, sino por lo que representa la noticia de que el Señor no nos ha dejado.
Siento alegría, gozo interno por tener la suerte de vivir, de ser testigo de
todo esto…
Y termino. Como he dicho anteriormente,
creo que todos en esta Semana Santa tenemos la ocasión de encontrarnos con
Jesús si vivimos los próximos acontecimientos en toda su dimensión y no solo
como espectadores. Vamos a vivirlos como algo personal pues representan la
propia vida con sus alegrías y tristezas, sus dolores y gozos pero si contamos
con la cercanía de Jesús, todo será más llevadero.
Como
broche final os invito a escuchar un canto a la vida en la voz de Ainhoa
Arteta. La vida es eso: soñar, renovarse…Cada día RESUCITAR.
A todos os deseo
¡¡¡ FELIZ
PASCUA DE RESURRECCIÓN !!!
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