miércoles, 20 de junio de 2012

Reflexiones



Del amor solo tenemos dos experiencias ciertas, una de ellas (aunque sea de manera equivocada), es cuando nos conciben, la otra cuando muramos y descansemos en sus brazos. Mientras, la mayoría de nosotros, solo acabamos las estribaciones como malos montañeros. Los únicos que escalan y llegan, van sin mochila de necesidades y deseos. En la cima, la experiencia argumenta por los otros como parte de uno mismo, unidad de la “misma carne”, y nadie se “cierra a su propia carne”.

Está mal vista la compasión. Sí. Pero com-padecer, padecer lo de los otros, es el sentimiento humano por excelencia, el que más nos humaniza, el que es capaz de redimirnos. No es lástima sino compartir la experiencia, buena o mala y más la buena que la mala, porque a lo largo de nuestra vida, salvo de aquellos a los que condenamos a sufrir las injusticias que generamos, son más las buenas que las malas. Y, probablemente, nos cueste más la com-pasión con las buenas que con las malas. Reivindico la compasión.

Si eligimos la libertad, probablemente nos tengamos que conformar con la soledad. Esto no es un pensamiento mío, me lo enseñó el maestro Facundo Cabral, pero lo hago mío, porque si no hay libertad no hay individuo, y mira por donde, si hay algo a lo que no debo renunciar es a ser yo. Y el que es individuo, se convierte en individual, tarde y temprano, solo. Claro, que también dice Cabral, que quizá ese sea el premio, la soledad. Sí, ese es el premio, porque la soledad es una certeza; nacemos, vivimos y morimos en soledad. Todo lo que nos encontremos de compañía durante unos metros del camino es regalo. Pero seguiremos solos. También lo dijo León Felipe: para cada uno, “un camino virgen”.

Recordar el pasado no deja de ser un error añadido a los errores, porque lo que hemos vivido nos ha superado, porque para nosotros, ya es haber muerto. Nunca podremos recuperar ayer, solo nos queda lo que nos queda de hoy, y, si hay suerte, mañana cuando luzca el sol. Lo duro es considerar ayer como bueno y lo que está por venir como difícil. Es que somos valientes a toro pasado, sorprendidos espectadores de lo que nos toca en esta hora y temerosos actores de la obra a representar el papel futuro. ¡Ah! la película la vemos, como los malos sueños, en blanco y negro.

Las experiencias más vívidas, casi siempre tienen que ver con nuestras frustraciones y no con nuestros logros. Es más, incluso cuando hablamos de nuestros triunfos, en realidad lo hacemos con la amargura del que sabe que no sacó todo el provecho que podría haber sacado. Somos insaciables. Y cuando olvidamos experiencias y nos las recuerdan como logros nuestros, sabemos que no le dimos importancia porque no pudimos sacar más jugo de ellas. Solo hay una experiencia que recordamos como la mejor, la que más nos gustó, la que nos hizo feliz, por eso retornamos a ella cuando volvemos a la postura fetal. Y no era una simple postura física.

Para terminar. Un episodio de Correcaminos (bip, bip), el Coyote, intenta confundirle con un cartel, para que se desvíe y caiga en la trampa que le ha preparado. Cuando pasa Correcaminos, muestra un cartel que pone: “Los Correcaminos, no saben leer”. Lafacukur.
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P.S.: El capítulo de Correcaminos, al que hace referencia el escrito es un fake (mentira, falso), en el que el Correcaminos es merendado por el Coyote. Pero es un capítulo "remendado", para dar justo fin (según algunos, como yo) a la aventura. El palabro "Lafacukur", parece ser un seudónimo del autor, que sale justo donde debería estar un cuchillo. Es una broma. Aquí me sirve para poner fin al escrito. Solo eso. 

Casimiro Muñoz
Párroco de Lácara, capellán del Convento de Santa Clara y adscrito a San Gregorio.

(Artículo publicado el 29 de marzo de 2011 en http://cememe.blogspot.com.es/2011/03/reflexiones.html)

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