Calle Antonio Maura. Miércoles
Santo del año 2012. Noche cerrada ya. Silencio. Nuestro Padre Jesús Nazareno,
desde que salió la procesión, tiene algún problema en uno de los brazos de la
Cruz.
Hay rumores. El brazo se baja.
Parece que algún resorte ha saltado en las entrañas del mecanismo que lo
sostiene erguido y, por eso, la Cruz queda incompleta, como un árbol huérfano
de ramas tras la tormenta.
Abraham, que estaba bajo
las andas del Cristo, sale con el rostro empapado en sudor. Ágil, sube hasta la
Cruz y logra, junto a otros compañeros de la cofradía, arreglar el problema.
Hoy, desgraciadamente, aquella
escena cobra una excepcional fuerza simbólica, porque es metáfora de una
entrega y un mensaje. La entrega inevitable de Abraham a los avatares, muchas
veces crueles, de la existencia; y el mensaje preñado de vida que nos lega a
quienes le conocimos y, sobre todo, a quienes le amaron profundamente (y
pienso, claro está, en su familia).
Aquella Cruz que con tanta
premura, y habilidad, recompuso Abraham, hoy es triste y silenciosa realidad
para todos los que sienten su ausencia. La muerte es la pesada carga de la
nada, el “no ser” vuelto presencia en la memoria. La muerte habla a la vida para
recordarnos que todo es levedad, y quizá vacío.
Sólo la fe llena el silencio con
el bullicio del amor. Abraham amaba a Dios, su familia ama a Dios, sus hermanos
cofrades aman el ejemplo de aquél revolucionario Jesús que, entregándose hasta
el extremo, puso en nuestra vida una Cruz para recordarnos que nada es fácil;
que vivir es también sufrir. He aquí el madero horizontal de la Cruz, la línea
recta –cuando no sinuosa– de una vida que, a la mínima, se nos va por entre los
dedos del tiempo. Pero sería insoportable ese horizontal madero sin el
vertical, aquél que va del suelo al cielo para dibujar un mundo trascendente
más allá de este bosque de materialidades que rodean nuestro existir. Sin fe,
es cierto, la vida puede ser una condena.
Y a la fe sólo se llega por el
amor. La muerte vence a las células, pero no al amor. Y la Cruz es símbolo de
amor extremo, de entrega absoluta que salva. Uno sólo muere cuando deja de
amar, por eso las almas que a nadie quieren van errando, solitarias, en el
páramo de su indiferencia.
Abraham amó, y a él le amaron,
por eso el vacío que dejó su partida queda colmado de gestos, actos y sonrisas.
Aquella noche de miércoles santo, Dios eligió a Abraham para sostener la
maltrecha Cruz de su Hijo. Quién sabe si en esa metáfora se halla el misterio
profundo de la vida eterna.
Opina:
N.H.D. Alfonso Pinilla
Garcia
(Desde la Dirección de este medio, invitamos a todos aquellos cofrades
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Alfonso que verdad has dicho Abrahan amo y le amaron y dejo un gran vacio lleno de recuerdos , de pequeñas cosas .Por eso siempre estara en nuestro recuerdo.
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