Allí está siempre. No hay ventiladores conectados ni música sacra que suene creando una atmósfera íntima que emocione. No, nada de eso. Allí está. Siempre está allí. Muchas veces sola, aguardando, esperando. Allí está para lavar nuestras culpas, consolar nuestras penas, acompañar nuestras soledades, acariciar nuestros recuerdos y revestir de resurrección la memoria de cuantos nos quisieron y quisimos.
Allí está sin cansarse de mirar, de buscar ojos que le devuelvan una mirada. Allí está sin camarín ni retablo. Allí está sin manto bordado de oro, ni plata repujada. Allí está detrás de una reja, en silencio, sabiendo estar, esperando y aguardando.
Allí está la bandera de la ternura que siempre ofrece segundas oportunidades, renovadas inocencias, amaneceres interminables, perdones inagotables, rencuentros eternos, abrazos, regresos y bautismo purificador en las lágrimas que lloramos viéndola.
Allí está siempre esperando el saludo que sabe a beso confiado. Allí está, sola. Allí está, concebida por la luz de Dios, por esa luz clara de las mañanas de verano. Allí está donde el sol de agosto reverbera por las tapias blancas, asomándose a cuantos pasan a través de su azulejo, “Santa María de Barbaño”.
Allí está con los ángeles, recordándonos que Ella, la concebida sin pecado original, habita y vive desde tiempo inmemorial, para anunciarnos bajo proclama de convocatoria, que cada año deja casa y propiedades para venir aquí por invitación de cuantos le amamos. Ella, la joven niña, ha dicho sí, y como siempre lo deja y viene. Pronto, muy pronto vendrá por unos días, para cumplir con un rito muy antiguo que sabe a liturgia solemne. Mientras, allí, sigue esperando.
Dentro de unos días recibirá, cuando esté aquí, muchos fogonazos en su cara. Ella se mostrará inmune ante el peso labrado de la corona y ajena a las agitaciones. Y sonreirá, como sabe hacerlo, como lo hace ahora allí, donde está siempre. Una sonrisa y una mirada que hablan de belleza y hondura. Una sonrisa que se escapa por su boca entreabierta, en la que está cincelada las palabras del profeta “El Señor me ha enviado para vendar los corazones desgarrados”. Por eso cuando esté aquí muchos irán a verla.
Allí está, esperando. Aquí, desde siempre, para decirnos que su Hijo elige a los locos del mundo para humillar a los sabios. A los débiles para humillar a los fuertes. A los plebeyos, despreciados, y a los que no son nada, para humillar a los que son algo, para que nadie pueda engreírse frente a Dios.
Allí, al abrir la puerta y pisar la alfombra, “Ave María Purísima”. Aquí siempre el mejor saludo, “Dios te salve María”.
Escribe:
Manuel García Cienfuegos
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