Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
10 de junio de 2012
La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo nos recuerda la
institución de la Eucaristía. En su celebración, anunciamos la muerte de
Cristo, proclamamos su resurrección y manifestamos nuestra decisión de vivir
esperando su venida gloriosa. La Iglesia
celebra la Eucaristía, pero la Eucaristía hace a la Iglesia.
En un sermón
pronunciado en la víspera del Corpus Christi predicaba San Juan de Ávila que
esta fiesta había sido instituida para que entendiéramos la grandeza del don de
la eucaristía y la alteza de este milagro. En él quiso el Señor extender tanto
su mano a hacer maravillas que el cielo y la tierra no las pueden comprender, y
no cesan de maravillarse.
Ha pasado medio
siglo, pero los sermones que San Juan de
Ávila predicaba en la fiesta del Corpus Christi nos parecen todavía actuales y luminosos.
Invitaba él a los fieles a meter en su pecho el Santísimo Sacramento, a
comulgar a menudo, a acercarse al santo altar de Jesucristo y a rogarle con
mucha devoción:
“Señor, en esta tribulación estoy; Señor, en esta fatiga
estoy; esta tentación me fatiga; esta deshonra me anda rondando; Señor estoy
tibio, estoy flojo, estoy frío; Señor, pues vos sois fuego verdadero, encended
mi alma con vuestro amor; abrasad, Señor, mis entrañas en caridad”.
LA MISIÓN Y LA ENTREGA
El evangelio que hoy se proclama (Mc 14, 16. 22-26) nos
sitúa en el ambiente de las fiesta de Pascua.
Jesús está en Jerusalén y pide a sus discípulos que preparen lo
necesario para celebrar con ellos la cena pascual. En nuestra fantasía queda la
pregunta por el hombre del cántaro que les facilita la sala grande en el piso
de arriba.
Después, el texto nos recuerda que Jesús tomó un pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: “Tomad, esto es mi
cuerpo”. Y algo semejante hizo con el cáliz. En él entregaba su sangre.
La sangre
de la alianza nueva que había de ser derramada por todos los que aceptaran la
salvación.
Aquellos gestos anunciaban su entrega. Demostraban la
sinceridad con que había aceptado y vivido su misión. Hacían ver la generosidad
con que afrontaba su entrega a la muerte. Y revelaban ya la esperanza con la
que preveía su permanencia en el centro mismo de la comunidad de sus
discípulos.
ENCRUCIJADA DE LOS TIEMPOS
La fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo no puede dejar
indiferente al cristiano. La celebración de la Eucaristía nos sitúa en la
encrucijada de los tiempos.
• El pasado no puede ser olvidado. El signo del pan y del
vino significaba y hacia presente su entrega por nuestra salvación. La Eucaristía no puede ser trivializada. En ella
hacemos memoria de la entrega de Jesús. Por gozosa que sea, la Eucaristía hace
presente el sentido de su vida y de su muerte.
• El presente nos implica a todos los que nos acercamos al
altar. Al reunirnos en torno al altar veneramos el cuerpo sacramental de
Jesuscristo. Pero también nos comprometemos a mantenernos unidos en el cuerpo
social de Cristo que es la Iglesia. Y a descubrirlo presente en todos sus
hermanos, especialmente los pobres y marginados.
• El futuro nos orienta a la gloriosa manifestación de
Jesucristo. La Eucaristía nos lleva a preparar la plenitud de su reino. Desvela
el valor relativo de lo que vamos construyendo. Y abre ante nuestros ojos un
horizonte último, para que demos a todos nuestros hermanos razones para vivir y razones para esperar.
“Oh sagrado banquete, en el que se recibe a Cristo, se
recuerda la memoria de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una
prenda de la gloria futura. Amén”
José-Román Flecha Andrés
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