miércoles, 18 de enero de 2012

LA SABIDURÍA DEL COYOTE

Una y otra vez queda vencido. Tiene hambre y hace todo lo posible para cazar a su rival, ese Correcaminos que tiene al desierto como gimnasio y al polvo como plumaje.

Desfallecido, fracasado, arrastrando su estructural derrota por las espinas de los cactus, el Coyote siempre inventa algo para salir del atolladero. No acaba su imaginación porque, quizá, cree en lo que hace y sigue soñando, cada día, con un Correcaminos en el plato.

Esta sociedad inane, relativista, anodina e ilusionada –sólo– con espectáculos masivos de cancha o plató; esta sociedad cada vez más absurda es una baldada de la invención, por eso cree estar al borde del fin del mundo ante el colapso de un Estado del Bienestar agonizante.

Adormecidos por el consumo masivo que nos hace disfrutar más con la apariencia que con la esencia, más con la anécdota que con la categoría, creemos que no hay solución a nuestros males porque vemos la Historia como un rosario de hechos concatenados infaliblemente, hilados con férreas causalidades y trufados de imperturbable determinismo. Ahora toca crisis, pozo negro o callejón sin aparente salida, y en ese pozo parecen ahogarse nuestras esperanzas. Pero no, la Historia es azar, incertidumbre, mutación, riesgo y un infinito ramillete de posibilidades surgidas de la dificultad. La Historia es bifurcación, y el presente que hoy es pudo no haber sido, por eso exige la Historia esfuerzo continuo, proyecto novedoso y un afán constructor inasequible al desaliento. Ya lo dice Ortega: la vida es un quehacer.

¿Y cual es el combustible para “hacer”? ¿Cómo podemos construir sobre un terreno que ahora es baldío, ignoto, hostil? ¿Cómo trazar los pilares del futuro?

Con creencias. Porque creer es crear. Si en nada creemos nada proyectaremos, y en nada se quedarán nuestras ensoñaciones. La fe mueve montañas. La creencia en valores, ideas, personas; la creencia en un Dios sinónimo de amor y entrega es asidero ante la tempestad, proyecto de supervivencia futura y garantía de eternidad. Porque nada vence al amor, y quien cree en el amor, y ama, asegura su vida para siempre y transforma la vida de los demás. “Dando, se recibe; olvidando, se encuentra; muriendo, se vive para siempre”.

La muerte del yo egoísta alumbra al yo altruista. La actual crisis exige un cambio de perspectiva, de valores. Sin una mutación moral, sin una reformulación de nuestro actual modo de vida –vida que vive, muchas veces, por encima de sus posibilidades la crisis se convertirá en catástrofe arrasando generaciones enteras, sueños y todo lo construido en los últimos decenios.

Hemos caído, por eso toca levantarse. Y la mano que convertirá nuestra maltrecha alma en ave Fénix es la fe, la creencia en un universo nuevo poblado de valores tan distintos como distantes del relativismo y el materialismo que hoy nos definen. La Biblia es una buena fuente de esos valores. En ella suenan los ecos de lo que hoy exige esta crisis: “a vino nuevo, odres nuevos”.

El fracaso debe ser el primer trampolín hacia el éxito, la tradición engendrará novedad, el llanto se convertirá en risa y la desesperanza en ilusión si estamos tan dispuestos a creer como a crear; si estamos, en definitiva, dispuestos a re-novarnos, a re-inventarnos.

De tanto creer en sus posibilidades, de tanto crear condiciones para hacerlas realidad, el Coyote algún día nos sorprenderá, cazando al Correcaminos. Y eso es porque tras cada golpe, el Coyote sigue inventando pasiones para ejercitarse. He ahí su sabiduría.




Alfonso Pinilla García
Hermano

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