jueves, 7 de junio de 2012

Tarde de Corpus


En esta tarde Dios llama a la juncia y al romero. Convocatoria de ceremonial antiguo, del rito más hermoso. Veneración, admiración, memorial, nueva alianza. Traspasa el aire el volteo del loco y gozoso repique de campanas. En esta tarde la infancia vivida cosechó asombros a la vuelta de la esquina del tiempo. En esta tarde se renueva el esplendor viejo desde su principio. 

 En esta tarde la gloriosa espiga que nace ya granada, se mece en el aire que estrena hermosas colchas colgadas en los balcones, que mueven las hojas de la mejor palabra proclamada: "Este es mi cuerpo". Esta tarde íntima con paladar a hostia y sabor a vino, quiere ser aquella sangre que goteó lenta en el Gólgota, donde la cruz se alzó para abrazarnos, proyectando una larga sombra bajo la que todos nos amparamos, sintiéndonos por ello seguros y confiados: "Esta es mi sangre".

 Ahora busco, sigo buscando desde hace un tiempo una luz, aquellas luces idas. Me busco a mí, bajo el lento olvido por el que se fueron en la congoja las imágenes de un tiempo donde estas tardes, todas estas tardes, se alargaban hasta durar todo lo que dura un año. Una custodia, una luz, un sol sin ocaso. No cabe más ¡Amor de los amores! Y llamo, sigo llamando. En esta tarde se pronuncian las cosas queridas que se fueron. Las miradas, la luz, la presencia verdadera y real. Corpus Christi. Tarde serena que se abre ante un Dios que anda entre nosotros, que me sigue llamando.

Se amontona el tiempo. ¿Dónde estoy ahora? ¿Dónde los caminos? ¿Por qué? Cruza la luz en  la cercanía donde me hallo. Dios vuelve a llamarme a aquel primitivo y antiguo paisaje donde siendo niño soñé vivir con ese Corpus que ahora pasa esta tarde. Dios llama, siempre llama. Dios acoge, nunca, jamás rechaza. Quiere sin límites, no falla. Y fija y limpia queda la respuesta "Amor de ti nos quema, amor que es hambre, amor de las entrañas, hambre de la palabra creadora que se hizo carne." El tiempo muere en mis brazos inundados por la juncia esparcida por las calles.

Aviva de nuevo el recuerdo buscando aquel tiempo en el que la hermosura engalana la mayor de las exaltaciones que enhebra con la plenitud de la vida. El regalo, la entrega, la aclamación, el obsequio de la fe más profunda, de la esperanza más firme y del amor más generoso.

 Cuando el sol de la tarde vista la luz bajo un hondo cauce, llegado ese instante, retornará un ligero murmullo. Entonces aparecerá aquel sonido inconfundible del piano de doña Rafaela Guisado que llenaba la casa de la calle Peñas, saliendo su música por la ventana. Aquella música  raspasaba el azul intenso de la tarde buscando el palio y la custodia, como una brisa aromatizada por la armonía de sus acordes "fructus ventris generósi, Rex effúdit géntium". Y así, en estas horas, acaricio ahora el surco de la melancolía que el Corpus me ha ido abriendo en el alma y en la memoria.
                                                                                                                                        M.G.Cienfuegos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario