martes, 5 de abril de 2011

AGUA VIVA (De Alfonso Pinilla García)


            Hay tantos reclamos, falsos héroes, deslumbrantes neones, ilusiones vanas, sueños huecos y promesas fastuosas que el hombre, hoy, se halla en una selva de bullicio a expensas del bamboleo insomne de la actualidad. Van y vienen portadas, surgen y se apagan destellos, aparece y desaparece la publicidad entre los cortinajes de una televisión que ofrece mundos maravillosos al alcance de la tarjeta de crédito.

Y nos asustan con tormentas nucleares, y nos prometen la vida eterna a cambio de continuas, y exhaustivas, revisiones médicas que pretenden alargar la vida más allá de la segura muerte, inapelable como el sol tras la penumbra. No importa vivir mucho, dijo Aristóteles, sino vivir bien, y hemos olvidado la buena vida al apostar por la vana vida del consumo salvaje, que busca la inmediata satisfacción material olvidando la duradera, y a la larga más placentera, serena quietud espiritual. Somos hombres acelerados, con hambre de vivir una vida de escaparate que se escapa, ay, a pesar de la ciencia y el desarrollo tecnológico. Porque el hombre puede alargar su existencia física, sí, artificialmente, pero jamás sabrá vivir su muerte si no anda pertrechado de valores, ideas, conceptos, creencias, inmaterialidades tan útiles para el cotidiano vivir como para el cotidiano morir.

La Cuaresma es preparación para el vecino tránsito de la Pascua, ese paso lento, pero seguro, hacia la resurrección tras una muerte asumida como servicio y sacrificio, inspirada en el profundo amor por los demás. He aquí el mensaje y la prueba de Jesús: morir sirviendo, servir muriendo, para vivir después, para vivir bien, para vivir siempre.

El cristianismo, y esta Cuaresma que ahora recorremos, es continuo camino –“camino, verdad y vida”, dijo Jesús– de encuentro con un Dios que ni es supra-humano ni sobre-natural. El Dios de los cristianos es intra-humano, con-sustancial al hombre porque es hombre también. Su naturaleza es divina pero también es humana, sufre y sangra porque está inspirado en el valor que articuló la vida de Jesús: el Amor al otro, al semejante, al desvalido y hasta al enemigo. No es Dios un señor con barba blanca que dibuja nuestros destinos desde una ignota nube. Dios está en el hombre que nos rodea, con sus debilidades, fatigas, problemas y deseos. Dios está en el otro, es el otro y nosotros, y sólo se manifiesta, sólo podremos verlo, si amamos a manos llenas, si estamos dispuestos a darnos por y para los demás. Este misterio tan llano, este axioma tan fácil de entender pero tan difícil de practicar jalonó la vida de Cristo y debería empapar la nuestra.

Dios es Amor, y el Amor la fuerza más poderosa, magnífica y milagrosa de la naturaleza. He aquí el potencial del cristianismo, el motor que le ha llevado a sobrevivir cuando era perseguido (ayer) y cuando es ignorado (hoy) por los hombres que hacen la Historia. No tenemos una religión basada en la superstición, sino en la realidad de un amor que sólo si es sincero y profundo garantiza la vida eterna, como aquella que alcanzó Jesús para nosotros cuando amó, hasta el extremo, a los enemigos que le escupían la cara, coronaban con espinas su cabeza y horadaban sus manos en la cruz.

Frente a bullicios, neones, destellos, gritos, distracciones,  convendría recorrer el camino trazado en la Cuaresma: ese río que es encuentro con Jesús antes de la grandiosa desembocadura de su muerte y resurrección; ese hilo de agua viva que nos permite vivir bien, con mayúsculas.



Alfonso Pinilla García
Hermano

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