domingo, 1 de abril de 2012

LA PEDRADA (De Manuel García Cienfuegos)


Las campanas saludaban en aquellas primeras horas llamando a los oficios. Ante la tarde del Jueves Santo, el paso implacable del tiempo nos sumía en la inmensidad de un templo que casi todo lo abarcaba. Los paños limpios, blancos, almidonados, bien planchados. El rojo de los pétalos, la luz, el olor de la cera y el incienso. Todo al mismo tiempo fundiéndose bajo la música íntima que sacaba doña Rafaela Guisado del viejo armonium, acompañando aquel rito antiguo, clásico y solemne de la liturgia que nos empapaba en el misterio. La víctima consagrada, el cordero llevado con mansedumbre, se adentraba bajo el reflejo de lo más profundo en el sagrario.

Silencio, paz y emoción, que en la fugacidad de los días se veían perturbados por el golpe seco de la matraca, despertándonos así de nuestras tristezas. Avanza el Jueves Santo. Las toallas dobladas, el jarro vacío. Valiente el gesto ¿Lavarme a mí los pies? Por amor todo se ofrece, nada se impone. ¿Quién como Tú, para librar al débil del más fuerte, al pobre de quien lo expolia? ¿Quién como Tú? ¿Quién igual a Ti? ¿Quién podrá ser comparado contigo? Nadie ante Ti puede engreírse, ufanarse y alzarse, porque los que nunca serán reconocidos, serán los más amados, porque los elegidos son los locos para humillar a los que más saben, los débiles para doblegar a los poderosos, los vulgares, los desprestigiados, los que no son nada, para doblegar a los que son algo. La nostalgia y el tiempo se reencuentran devolviéndonos aquella voz desentonada de la tarde del Jueves Santo “sanguinisque pretiosi, quem in mundi prétium”. Como una emoción antigua, el pasado empapa al presente, amasando el tiempo sin pretender forzarlo.

Hay revuelo de chiquillería en la plazuela, empujones, algarabía, anarquía en las filas… Se abren las puertas, se contraen los rostros, aparece Jesús Nazareno. Tiene el nombre exacto, porque con su presencia funda el sentido del tiempo que inaugura. Impresionante su figura, tan herido, visibles los signos del castigo. Avanza dando lecciones. Su mirada nos convoca a la fiesta sagrada, al sudor de sangre entre los olivos; al prendimiento bajo la luz de las antorchas, los tribunales, los mantos púrpuras y las coronas de espinas.
Vuelan los recuerdos de la infancia traspasando la memoria. Sentimiento renovado ante el gozo de la república de la esperanza. La cara de niño se enrojece. El Nazareno va al límite de sus fuerzas y no ha hecho más que salir. Pesan sobre él, las burlas, el castigo, las espinas y la cruz con la que carga. Nuestra carne es como la suya, porque es uno de nosotros. Hoy digo que sus sufrimientos son los nuestros, los que padecemos y los que causamos.

Largas filas de niños. El dedo de San Juan, la angustia de María Magdalena y el lento caminar del Nazareno. Los “altramuces”, como así nos llamaban, éramos ajenos al riguroso silencio y orden que nos imponían, éramos niños. Golpea la memoria aquel ritual de entrar y salir las imágenes por las dos puertas del convento de las clarisas. Allí, debajo del coro, en la agonía de la luz, ante la ternura de su mirada, ante la condición divina y humana del Nazareno, saltaban por la proximidad de la escuela del maestro Julián Guzmán, los versos de Gabriel y Galán “La pedrada”… el Nazareno de la túnica morada, con la frente ensangrentada… de Judas y unos tíos que mataron al Dios bueno… la cara de aquel sayón inhumano con el látigo en la mano… y el niño que le zumbó a aquel infame una pedrada ¡Porque sí; porque le pegan sin ningún motivo! Ahora, cuando con los hombres voy, como el poeta me interrogo, viendo a Jesús Nazareno padecer ¿Somos los hombres de hoy aquellos niños de ayer?



Manuel García Cienfuegos.

                   Artículo publicado el 1 de marzo de 2008 en la sección
“Los quehaceres y los días” del periódico Crónicas de un Pueblo.


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